Desde mi rincón

Aunque no me lees y ya que este año no te lo he dicho y no sé si al final lo haré, realmente si que quería, de alguna manera, enviarte un mensaje. Y como decir y escribir a veces no es fácil, y mucho menos si se trata de describir sentimientos (y yo de ciencias...) pues sólo te enviaré un abrazo. Es un abrazo de esos que no vas a notar. No lo vas a notar por varios motivos. El primero es que te va a llegar de noche, mientras duermes hecha un ovillito en tu cama, bien tapada. Es uno de esos que para colarse en la intimidad de tu habitación -siempre un poco desordenada- se aplasta mucho y se desliza por debajo de la puerta, sube poco a poco por tu colcha de abuelita y por fin te atrapa, apretando muy fuerte muy fuerte, como si no te fuese a dejar escapar. Aunque al final siempre te escapas, pero ahí queda el abrazo, y con él mi sentimiento. Esperando que consigas ser feliz, y no feliz de mentira, sino por lo menos tan feliz como en tus mejores momentos, cuando al sonreir y al abrazar parecía que todo lo que te rodeaba desaparecía y sólo quedabas tú, disfrutando de esos pequeños detalles, que también son los grandes enemigos. Ese momento que lamentablemente tenía un fin y mirando para atrás recuerdo y creo que te brindé hasta el último momento, cuando con pena en los ojos decías que ya no te valía, que era tarde, pero sonreías y te gustaba.

Y porque sigues siendo importante.

No fue poco a poco, sino de golpe, que tuvo que aprender la lección. Una lección amarga que da la vida y que no aprendes hasta que no la vives. "Alguien tiene que morir para que las demás personas apreciemos el significado de la vida." Y a veces no hace falta que muera, sólo perderla. No lo digo yo, lo dijo una chica alta y guapa.